14 de septiembre de 2013

La noche de las luminarias led

Aquella noche vi una sombra indiferente cruzando el marco de la puerta a punto de tocar mis pies, la iluminación la proporcionaban unas pobres luminarias led que parpadeaban dentro del sanitario en el que me había enclaustrado; la tradición no es sin más que seguir una especie de pasos con un fin que nunca se concreta, porque allá afuera buscaban a las de mi edad, a todas ellas, altas, bellas, gordas, mugrientas, de la familia más rica, de la familia más hambrienta y suponía en algunos casos para estas últimas un canto de alivio cuando no lograban sobrevivir a estas fechas conmemorativas. 

La tambora se oía a lo lejos, los gritos de los hombres del pueblo llamaba por la siguiente y la siguiente, un sonido estridente se oía entre la multitud de diálogos; afuera una mujer morena y grande sin un brazo atendía un establecimiento de aperitivos, ella, la recuerdo, solía cuidarme desde que tenía ese muñón en el brazo derecho con sus 16 abriles y ahora es una fea cicatriz hipotrofiada que parte la mitad de su brazo de cuarenta inviernos. Hace frío soy consciente del clima exterior porque a través de la rendija de la ventana se va colando septiembre ligero y alondrado. Me cubro los oídos, el sonido se repite y se repite, alguien afuera ha gritado, la voz es un sonoro quebranto.
- La han despojado, de todo lo que tiene la han despojado...- las voces se suman, hasta que la voz primaria se pierde en las risas y el choque de latas a las afueras de esta habitación. 
- ¿Dónde está la hija de los Delgado? ¿Alguien la vio?- Me quedo quieta, como si no mover ni mis ojos me hiciera desaparecer en los muros de ese sucio lugar, me toco el rostro con las manos, me doy cuenta que estoy conteniendo el aire muy profundo, que mis lagrimas son caminos de sal deslizados sobre la comisura de mis labios.
- ¡Dónde chingados está la hija de los Delgado!- Ahogo un gemido, la voz ha gritado frente a la puerta, mis piernas se han encogido alrededor de mis brazos, hundo la cabeza en las rodillas, alguien está tocando levemente la puerta.

Es mi turno seguramente... pero no me atrevo a salir, no me interesa seguir una tradición tan absurda, ¡Dios quién lo permitiría siquiera!; este pueblo entre muchos otros tiene una celebración que no cabe todavía dentro de mi comprensión, y no creo que haya algo lo suficientemente fuerte para celebrarla pero las mujeres la recordamos, es una vieja leyenda perteneciente al libro de las palabras salvajes, la tradición oral la ha extendido a los pueblos de la baja costa y de las altiplanicies ponientes, consiste en llanamente cercenar el brazo de la mujer a las 16, tradición que sólo se explica para que la mujer comprenda su necesidad y el suplicio que es no tener una pareja masculina al lado. ¿Debería salir?...
Afuera todo suena más enardecido, los golpes son más fuertes no provocados por la mano sino por instrumentos de los mismos pobladores, y no acabo de entender y comprender por qué es tan necesario.  Están entrando... lucen felices pese a que la celebración sólo es una fiesta encarnizada que termina con una hoguera de brazos mutilados... 





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