10 de octubre de 2013

La reina del silencio


"Y hay tanta adolescencia apresurada
y tanta soledad arrepentida"
Carlos Barosela- Tu nombre en la arena.

Ella se levantó. Eximió de su tristeza dos blancas lagrimas que recorrieron los anchos caminos de su ausencia hacia los carrillos de su boca, en ese entonces su boca dibujaba una línea firme y fina, corta y dolorosa. El cuerpo le pesaba y su alma boqueaba en ese punto de fusión entre creer que lo que se vive no vale la pena. Se talló lentamente los ojos, arrastró sus uñas hacia sus mejillas quitándose toda la pereza acumulada en los desvelos de este mes. Su rostro giró buscando esa pequeña caratula plástica que anunciaba el despunte del albor, grandes letras rojas: cinco y treinta. Apartó la mirada del reloj y tomó su toalla y su bata, la ducha fue algo no menos que un regocijo de penas; lo saben todas las mujeres que alguna vez se han bañado con el agua fría y la mente llena de olvido.

Verse al espejo, sentir cada extremidad, cada pliegue y cada corpúsculo y pensar qué dulce fuego apagará nuestro corazón; verse y sentirse como el mismo fragmento de la nada, mirarse profundamente tratando de remediar quebrantos con el reflejo de lo que un día uno fue. Lo cierto es que una vez bajo la regadera, bajo la miseria de su cuerpo deshecho, desventurada bajo el chorro de agua que cae del pedazo metálico y oxidado de su regadera, su alma se encoje por dentro y apenas indecible ese misterio que resulta de una experiencia terrible, lejos de convertirse en un eco audible a cualquier distancia, se convierte en un espantoso silencio. Ella, por supuesto, era la reina de los silencios. 

Fuera de la regadera, una vez vestida y que miró en su habitación el tiradero que imperaba desde hace semanas, cerró la puerta y bajó las escaleras con sumo cuidado -la última vez había resbalado ahí y el resultado inmediato fue un enorme hematoma y 500 mg de paracetamol porque no había nada más- pensó tal vez en hacerse el desayuno... pero no sentía el menor apetito, ergo no sentía nada ni siquiera allende a sí misma. Salió de su casa, manejó mientras el sol aún no se asomaba, en la radio escuchaba a Dustin O'Halloran y un tango soplaba fragmentos de nostalgia y de llovizna desde su MP3 conectado a la entrada de USB. Su boca seguía siendo una línea dura y firme que no se inmutaba ante nada, no se inmutaba por la salud mental de las víctimas de guerra, no se inmutaba por la muchacha que fue agredida y cuyos violadores salieron al día siguiente, no sentía el menor rasgo de empatía o regocijo por el premio nobel de literatura entregado a su escritora favorita y ciertamente esto y otras cosas no tenían valor.

Sólo caminó hacia el edificio a través de la universidad luego de esperar unos minutos callada frente al volante en el estacionamiento que mayormente se encontraba vacío; se sentó en el extremo del salón, abrió el portátil y la música melodiosa del minueto rasgó un estrecho de ese silencio, ella lucía bella como siempre, lucía dulce, cándida y feliz, sus ojos comunicaban una infinita inocencia y en sus labios una sonrisa hacía de antifaz a su pesar... pronto el momento llegó, el profesor de una clase tan rumiante, fatigante y fútil que alzando la voz así, en sus reclamos pronunció - ¿qué harías si yo fuera tu padre y te dijera después de que reprobaste cinco veces el examen nacional que qué vas a hacer ahora? ¡Dime qué harás, porque no puedes hacer otra cosa!-  el impacto de aquella pregunta no residía en si pasaría el examen, tampoco se encontraba en lo que haría si después de tanto tiempo y dinero invertido no lograba consumar su carrera; el golpe seco y que finalmente rompió su silencio radicó en cuatro palabras "Si yo fuera tu padre". Su rostro a mitad de esta pregunta se desencajó, una mueca interrumpió esa línea firme y aparentemente incorruptible. La mayor parte del salón guardó silencio, la mayor parte sabía que esa pregunta había sido el colmo de lo apenas tolerable de ese profesor, aún cuando no fue su culpa implementar el rasgo paterno a la pregunta, la mayor parte del salón la vio retirarse, pararse en la orilla del escalón más alto, ver hacia un punto no fijo por las tres ventanas rectangulares y bajar lentamente los escalones hasta la planta baja, visiblemente ella lloraba. La mayoría sabía que hace poco había fallecido su padre... 

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