Septiembre 14, 1945
Raphael Rafaela:
Siento mucho comenzar la carta de este modo pero sin más lo diré; es demasiado huir, ser cuidadosa y aparentar, arriesgar lo más bello y, por cierto, único que me queda: mi cabello pelirrojo. He decidido que está será la última carta que te escriba.
Estos días que han ido viniendo, atropelladamente, me asfixian de a poco y me lamento porque sólo a estás alturas cuando la orzuela empieza a crecer en las puntas del cabello me he dado cuenta que el tiempo que he estado a tu lado, lejos o cerca, es un completo desperdicio.
Hace mucho que no puedo mirar la propia mirada. Es de noche, es de día, llueve o reblandece, en cualquier momento las imágenes vienen y me asaltan. Me asustan. La sangre seca en las calles por las que sin miedo caminamos en tiempos de calma, las tiendas destruidas, el llanto de los niños y sus madres, si por suerte les toco vivir esa experiencia violenta juntos, los duraznos, las papayas, los aguacates aplastados y muertos; como muertos aquellos que arriesgaron lo improbable e imposible. Imágenes dónde estás tú, perdiendo tu humanidad, sin un rostro, frío, calculador.
Luchaste por tu patria y después tuviste que irte, ¡Como lo resentí!
Cada carta pensada, redactada y enviada es un esfuerzo descomunal que ya no puedo lograr. La autoridad anda por todas partes, cazando a cualquiera que pase por ahí. El trabajo que me cuesta ni siquiera lo puedo medir en palabras y tú, sólo tú con tus cartas y tu vida al otro lado del mar importándote nada lo que vivo por acá.
Perdón, Raphael Rafaela si esa es la impresión equivocada que tengo de ti.
En fin, ahora las cosas siguen siendo las mismas. Ni respiras más, ni sonríes más, ni reflexionas porque las cosas pasan así y cuándo se terminarán. Siguen jodidamente igual.
En cambio tú y las andadas que me cuentas, todas excitantes, ¿Traficando con gente? ¿ Matándola? ¿Con drogas? ¿Nunca te saciarás? ¿Hasta que punto la malicia te ha llevado que entre líneas me confiesas ser Satán mismo?
Estoy aterrada, Magdalena lo está. Aterrada pero sobre todo cansada.
Raphael Rafaela, en tus ojos de negro deslavado tienes clavada la palabra venganza que es imposible siga mirando. Todo esto que empezó como una salida, el alivio, la contracorriente se ha ido enredando hasta mis entrañas, carcomiendo lo todo, sacandome del camino.
Ahora bien, si está es, indudablemente, porque así lo he decidido, la ultima carta que te envíe y, a su vez, has logrado leer detalladamente la presente, te confesaré algo que probablemente no te he contado nunca: en alguna época, en la época del tú y yo, la dualidad, el complemento y la camaradería, los años más dichosos de mi vida, fuiste mi todo. Inútil detallar mi confesión porque al final de todo y todo terminamos hiriéndonos porque sí, de costumbre. Fuiste mi todo y ninguna herida lo afec
24 Abril 1946
Raphael Rafaela:
Me atreví a continuar con está carta que Ella comenzó desde un principio para ti. Más aún, siento enviarla mucho después de lo previsto. Espero puedas entender.
Relataré lo sucedido el día en que está carta se disponía a ser terminada. Me da pereza esconder imágenes y hechos que hoy en día siguen guardados como una película intacta en mi memoria, que mas da, no saldré nunca de aquí; claro que con 'aquí' me refiero a la cárcel misma y, si con resignación, moriré entre estás rejas, más vale que quede registrado en algún lugar las cosas tal cómo ocurrieron; que ningún hijo sin madre, ni ningún marica intelectual cambie la historia para bien, para si, para la historia de este país cruel.
Ella estaba en su escritorio de roble viejo y con olor a húmedo, cerca de la puerta de entrada, todo estaba perfectamente ordenado, siempre fue su costumbre, las hojas, los libros, ¿Qué podría salir mal después de tanto tiempo? En fin, yo tejía al otro lado de la sala, era una carpeta hermosa con pequeñas plantas de 'no me olvides', Cándido jugaba en el piso. Todo aparentemente normal.
De un momento a otro abrieron la puerta de golpe, era la autoridad. Cargaban con metralletas de las grandes, de esas que pesan más que el peso de sus propios corazones. No escatimaron en nada, entraron y rompieron con todo lo que se encontraba a su paso, incluida Ella. Tomé a Cándido en brazos pero me golpearon sin piedad: en el rostro, el estomago, las piernas y brazos, ¡Por suerte no alcanzaron golpearme el alma! Cándido gritó, voltee hacia el escritorio y Ella estaba tendida en el suelo, bañada en sangre. Todo fue tan rápido, Raphael Rafaela.
Ahora mi vida entera está en ti, Cándido será enviado a la milicia si no logro sacarlo pronto de ese lugar. Por favor. Sé que por alguna sola vez en tu vida sabrás hacer lo correcto.
Siento mucho comenzar la carta de este modo pero sin más lo diré; es demasiado huir, ser cuidadosa y aparentar, arriesgar lo más bello y, por cierto, único que me queda: mi cabello pelirrojo. He decidido que está será la última carta que te escriba.
Estos días que han ido viniendo, atropelladamente, me asfixian de a poco y me lamento porque sólo a estás alturas cuando la orzuela empieza a crecer en las puntas del cabello me he dado cuenta que el tiempo que he estado a tu lado, lejos o cerca, es un completo desperdicio.
Hace mucho que no puedo mirar la propia mirada. Es de noche, es de día, llueve o reblandece, en cualquier momento las imágenes vienen y me asaltan. Me asustan. La sangre seca en las calles por las que sin miedo caminamos en tiempos de calma, las tiendas destruidas, el llanto de los niños y sus madres, si por suerte les toco vivir esa experiencia violenta juntos, los duraznos, las papayas, los aguacates aplastados y muertos; como muertos aquellos que arriesgaron lo improbable e imposible. Imágenes dónde estás tú, perdiendo tu humanidad, sin un rostro, frío, calculador.
Luchaste por tu patria y después tuviste que irte, ¡Como lo resentí!
Cada carta pensada, redactada y enviada es un esfuerzo descomunal que ya no puedo lograr. La autoridad anda por todas partes, cazando a cualquiera que pase por ahí. El trabajo que me cuesta ni siquiera lo puedo medir en palabras y tú, sólo tú con tus cartas y tu vida al otro lado del mar importándote nada lo que vivo por acá.
Perdón, Raphael Rafaela si esa es la impresión equivocada que tengo de ti.
En fin, ahora las cosas siguen siendo las mismas. Ni respiras más, ni sonríes más, ni reflexionas porque las cosas pasan así y cuándo se terminarán. Siguen jodidamente igual.
En cambio tú y las andadas que me cuentas, todas excitantes, ¿Traficando con gente? ¿ Matándola? ¿Con drogas? ¿Nunca te saciarás? ¿Hasta que punto la malicia te ha llevado que entre líneas me confiesas ser Satán mismo?
Estoy aterrada, Magdalena lo está. Aterrada pero sobre todo cansada.
Raphael Rafaela, en tus ojos de negro deslavado tienes clavada la palabra venganza que es imposible siga mirando. Todo esto que empezó como una salida, el alivio, la contracorriente se ha ido enredando hasta mis entrañas, carcomiendo lo todo, sacandome del camino.
Ahora bien, si está es, indudablemente, porque así lo he decidido, la ultima carta que te envíe y, a su vez, has logrado leer detalladamente la presente, te confesaré algo que probablemente no te he contado nunca: en alguna época, en la época del tú y yo, la dualidad, el complemento y la camaradería, los años más dichosos de mi vida, fuiste mi todo. Inútil detallar mi confesión porque al final de todo y todo terminamos hiriéndonos porque sí, de costumbre. Fuiste mi todo y ninguna herida lo afec
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Raphael Rafaela:
Me atreví a continuar con está carta que Ella comenzó desde un principio para ti. Más aún, siento enviarla mucho después de lo previsto. Espero puedas entender.
Relataré lo sucedido el día en que está carta se disponía a ser terminada. Me da pereza esconder imágenes y hechos que hoy en día siguen guardados como una película intacta en mi memoria, que mas da, no saldré nunca de aquí; claro que con 'aquí' me refiero a la cárcel misma y, si con resignación, moriré entre estás rejas, más vale que quede registrado en algún lugar las cosas tal cómo ocurrieron; que ningún hijo sin madre, ni ningún marica intelectual cambie la historia para bien, para si, para la historia de este país cruel.
Ella estaba en su escritorio de roble viejo y con olor a húmedo, cerca de la puerta de entrada, todo estaba perfectamente ordenado, siempre fue su costumbre, las hojas, los libros, ¿Qué podría salir mal después de tanto tiempo? En fin, yo tejía al otro lado de la sala, era una carpeta hermosa con pequeñas plantas de 'no me olvides', Cándido jugaba en el piso. Todo aparentemente normal.
De un momento a otro abrieron la puerta de golpe, era la autoridad. Cargaban con metralletas de las grandes, de esas que pesan más que el peso de sus propios corazones. No escatimaron en nada, entraron y rompieron con todo lo que se encontraba a su paso, incluida Ella. Tomé a Cándido en brazos pero me golpearon sin piedad: en el rostro, el estomago, las piernas y brazos, ¡Por suerte no alcanzaron golpearme el alma! Cándido gritó, voltee hacia el escritorio y Ella estaba tendida en el suelo, bañada en sangre. Todo fue tan rápido, Raphael Rafaela.
Ahora mi vida entera está en ti, Cándido será enviado a la milicia si no logro sacarlo pronto de ese lugar. Por favor. Sé que por alguna sola vez en tu vida sabrás hacer lo correcto.
M.
Esta historia me deja con un "no sé qué" algo desesperante, me recuerda una vieja anécdota de mis memorias, pero la sigo sintiendo desesperante... Saludos, me gustó mucho Martha.
ResponderEliminarSólo un ente demoniaco, siempre con malicia. Como me encuentro entre tus líneas. Eres la única que puede obsequiarme detalles tan inolvidables y textuales como lo que acabas de crear. Y si ninguna relación tiene conmigo, no importa, autodedicado está. Words for You.
ResponderEliminarSabes colarte en el lector, transmutar la lectura en la reflexión sobre la realidad de este país que hay que tener bien presente.
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