2 de septiembre de 2013

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Llevo idas y días sin salir de está casa que dejo de ser hogar hace igual de tiempo. Mi madre se fue por voluntad propia al asilo de la ciudad, mis hermanos no la visitan nunca, ni me visitan a mi tampoco. Tienen miedo y no sé de qué. Cuando salgo todos me ignoran, nada de lo que fui en mis tiempos de juventud, por eso prefiero no salir. En cambio cuento y anoto en una libreta las capas de polvo que se van acumulando en los pocos muebles que me dejaron. La casa tiene planta baja y primer piso, pintada de lavanda deslavado y ramas que se dejaron crecer en las paredes exteriores. Todo cruje y huele a viejo, es mi lugar. Lugar inexistente, temido, vacío del alma y la estructura. A veces visito a mi madre por las noches, me habla pero no me mira, ni me contesta. Y llora, llora mucho pero nunca entiendo porque. Hace una semana vino Jacinto con otros hombres que no conozco, se tapaban las narices con un trapo porque el polvo era mucho. Jacinto tampoco me miraba, ni escuchaba mis suplicas, iban a vender la casa. El lugar inexistente sólo mío, enfurecí: azote todo lo que encontré a mi paso, quería que me escucharán, que dejaran de ignorarme, golpee a mi hermano con el jarrón de las flores secas. Todos salieron corriendo con sus caras pálidas hacia la calle, todos excepto mi hermano, con la cabeza ensangrentada empezó a maldecir: "Maldita seas, Rosario. Maldita por asfixiar a padre y matarte en estas paredes después. Maldijo este lugar también y a madre y todos."


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Mi madre se mudo conmigo de nuevo a casa. Los niños la molestan porque piensan que está loca, porque habla conmigo. Sigue sin escucharme pero ya creamos una comunicación nueva. Adoro a mi madre.
Todavía no sabemos porque mi padre huyo de este lugar.

3 comentarios:

Póngase su traje y tanque de oxígeno, sea bienvenido a La Luna.

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