30 de junio de 2015

Entre letras y notas musicales andamos

En su casa de soltero -ganada a pulso por andar de galán cuando no debía-, papá tenía la vieja guitarra que atesoraba desde hacía mucho. Yo, que pasaba todas las tardes con el después de la primaria, hacia como que tocaba aquel viejo cajón de madera y cuerdas, aunque sin ningún sentido de la melodía.

Un buen día me animé a pedirle que me llevara a clases de música. El, gustoso, me llevó con un maestro que conocía desde que yo estaba en preescolar. A pesar de mi interés y de que mi viejo me regaló una guitarra nueva, me aburrieron las clases, bastante monótonas y algo aburridas. Hacer planas con las notas en un cuaderno pautado no era lo mío.

Algunos años después -lo de la guitarra pasó cuando yo tenía a lo mucho 7-, entre la insistencia de mis papás de que hiciera algo por las tardes y mis eternas ganas de dedicarme a la artisteada, comencé a tomar lecciones de órgano. Fue instantáneo. Mis manos y mi cabeza se compenetraban con el sonido de las teclas de aquel instrumento que me recordaba a los domingos de misa con mi abuela materna. Obvio resulta decir, que no tocaba canciones de iglesia, Dios me libre.

Si a todo esto, le aunamos que papá me regaló un teclado Casio, mi romance con la música estaba sellado.

Mucho después, me topé una guitarra eléctrica en mi cuarto, con una tarjeta de mamá, en la que me animaba a retomar aquel viejo anhelo de infancia. Pero esa es otra historia.

Sin embargo, mi mayor "crush"  sucedió en la secundaria. Una de tantas noches de sábado que pasé con mi padre en su trabajo -periodista de cabo a rabo, el viejo no dejaba la oficina hasta terminada la edición-, me preguntó si había leído "Pedro Páramo" y "El llano en llamas" de Juan Rulfo. Tímidamente le dije que no. 

Al cabo de un rato reapareció y ya en su casa, sacó un volumen conjunto de ambas obras y me las leyó. Como si un rayo me hubiera sacudido, conocí a Juan Preciado, que buscaba a su padre Pedro Páramo que vivía en Cómala. También conocí a Macario, joven con leve retraso que estaba enamorado de su nana.

De ahí, no hubo retorno, ni pasatiempo que me robara la atención que los libros se habían ganado en mi.

Frente a mi fueron pasando, como en desfile, escritores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, José Agustín, Ernest Hemingway y Gustave Flaubert. Me presentaron personajes como el Coronel Aureliano Buendía, Horacio y La Maga, Aura, el Sambo Ambrosio, Santiago el pescador, Madame Bovary... Conocí el sur de Estados Unidos, Macondo, los Andes, la Ciudad de México y la ciudad de mis sueños: París.

Gracias a los libros he reído, he llorado, he viajado y he perdido un poco la vista, pero no me importa, todo ha valido la pena. Me han servido de escape a una realidad que no siempre disfrutamos, y también me ayudaron a encarar de mejor manera, mas resuelta y firme, esa misma realidad.

En fin, creo que esa es mi historia de complicidad y amor con la música y la literatura. Una historia que sin la ayuda de mis padres, dudo que hubiera existido.

2 comentarios:

Póngase su traje y tanque de oxígeno, sea bienvenido a La Luna.

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