12 de junio de 2015

La Quimera


“Y vosotros los de la Corte de los Bendecidos, tienen la gracia de volver a su origen: el Reino Onírico. Tal privilegio vendrá con dos condiciones, primera: solo los bendecidos pueden entrar, jamás lleven un mortal puesto que sus vidas son tan cortas que sus cuerpos se marchitarían antes de que vuestro sueño termine. Segunda: jamás traigan un ente onírico al mundo material, no son más que proyecciones de vuestro interior; sus mentes y almas están incompletas, y son incapaces de sobrevivir a la complejidad del mundo sin un soñante. Los sueños son inmortales, pero no maduran, no aprenden, no sanan; pero crecerán y se deformaran en bestias oníricas, hambrientas de aquello que les dio vida, incompletas, incumplibles: Quimeras.
Habéis de matarlas.”

Libro de Todos los Principios, extracto del Libro II: los Sueños.

- Recuerdo tu llamado claramente. El  olor a tierra mojada y el sonido de la lluvia golpeando contra las hojas de los árboles. Todo frente a mi era tan borroso como cualquier intento de recordar cualquier cosa antes de ese instante, era como hojear un libro con páginas faltantes. Solo dos cosas me eran claras cuando desperté a este reino: tu voz diciendo “Nyssa” y mis palabras tras un largo abrazo “ahora eres mío”.
Desde que te conocí mi único propósito había sido el de hacerte compañía, que tus ojos tengan donde detenerse en lugar de mirar a la nada, hacer mil preguntas para que te sintieras sabio, correr peligros para que te sintieras valiente, yacer junto a ti por las noches para aliviar tu soledad. No sabía que era desear algo, pero cumplir con todo eso me hacía sentir completa, feliz.
Cuando te pregunté por tu hogar me llevaste a un torre en ruinas perdida en lo espeso de los bosques, su interior había sido consumida por el fuego salvo por un trono alto de piedra. Y en su base, restos que dijiste fueron alguna vez elfos, ahora solo huesos ennegrecidos y a medio consumir. Miraste el trono fijamente, nunca había sabido lo que era que alejaras la mirada de mi, no entendía pero sentía que estaba perdiendo algo.
Tu deseo ya no era estar conmigo, recordaste que era ser rey absoluto, no solo rey de los elfos sino de todas las cortes feéricas; esbozaste un sonrisa y me dijiste que eso sería para ti la felicidad. Si no es junto a mi, no me interesa lo que es eso que se llama felicidad. 
Al día siguiente te marchaste, vestido en esa armadura de plata y portando la lanza que tomaste del Valle de las Picas.
Sin más propósito que estar a tu lado, estuve en este salón por años y años. Escuchando la lluvia, viendo las hojas juguetear con el viento y otras veces durmiendo sobre la nieve sin tener nada más en el pensamiento que a ti. Hasta que un día la noté, no sé cómo no pasó desapercibido antes pero esa ámpula del tamaño de un puño reventó y vi que no era la única. La tristeza y el rencor se habían manifestado en mi cuerpo. 
Alguna vez Kor me dijo: pequeña, a diferencia de los mortales, nuestra sangre puede tener veneno y el corazón pudrir de odio o de tristeza. Si eso pasa eres un afligido, un hada que ha descubierto sentimientos oscuros que reemplacen la risa.
Te daré a “Uña de bruja”- una de las últimas dagas de plata élfica – rompe cualquier ámpula e incluso llega a rasgar tu corazón. Después cauteriza todas las heridas y nunca voltees a ver la cicatriz, después te sentirás mejor. Eso hice, una y otra, y otra vez.

Del otro lado del cuarto estaba un elfo, el mismo que la abandonó décadas atrás. No era tal cual lo recordaba; ahora se veía triste y encanecido, con su armadura sin brillo y con señas de batalla. Se acercaba con la guardia arriba, pues Nyssa tampoco era la misma. La criatura deforme, que había estado escuchando, alguna vez fue la dríada con la que soñó una noche de soledad.

- Erendhel… -dijo amablemente una de sus cabezas - tu corazón también está lleno de pus, déjame rasgarlo para que puedas sanar; su rostro era amable y su piel pálida con tonos verde como era de esperarse de una dríada. Al tiempo que hacía su ofrecimiento, una segunda boca, donde alguna vez estuvo la primer ámpula repetía balbuceante sus palabras y una segunda cabeza colgada de su lomo repetía con voz aguda y burlona lo que la dríada había dicho.
Donde alguna vez hubo una trenza ahora había un apéndice con llagas abiertas a todo lo largo y que terminaba en un aguijón. Este se agitaba sin cesar como si tuviera prisa de atravesar al elfo. Su cuerpo, antes menudo y grácil, era una masa de carne llagosa y purulenta de unos tres metros de largo. Se arrastraba hacia él haciendo uso de sus seis brazos, su olor era insoportable y tras de ella dejaba un rastro de sangre y pus. Unas alas malformadas se agitaban sobre su lomo.
Ella ya era un sueño torcido e incompleto, un deseo sin dueño que creció sin forma ni propósito queriendo poseer su origen.
- Ahora entiendo lo que soy: un sueño roto que quiere estar completo; pero si dejas que coma tu corazón estaremos completa, y ya nunca estaremos solos.
Nyssa, dijo el elfo, ya he terminado de soñar.



POR: MAESE SASHA

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