Ella había nacido en Bundesrepublik Deutschland o lo que es
lo mismo Deutschland que como quiera,
se diga o se pronuncie, todos entendemos por Alemania; solía tener padre, un
respetable doctor de la caballería del sector salud, muerto a manos enemigas
por supuesto; y una madre, bondadosa, amable y generosa como todas lo parecen
hasta que son, entiéndame lector, suegras. La conocí tal vez en el momento más
inoportuno de mi vida y el más estrellado y caudaloso a la hora de la vida de
ella. Ergo eramos tan importunos de ascendencia ya que ella provenía de las "Potencias centrales" y yo era proveniente de los "Aliados", esto sin duda era tan Montesco o tan Capuleto como quisiéramos ponerlo.
Si algo debe saberse
es que me encontraba casi arrodillado y en los huesos; estudiando lo que
estudiaba por mi cuenta no tenía ningún apoyo financiero y todo lo que me
quedaba era hurgar en los cajones de trabajo del gobierno o insistir en los trabajos que la universidad ofrecía
en pleno fin de año, para no pasar más hambre de la debida. Finalmente cuando
me dieron uno no podía alegrarme, salvo el hecho de tener dinero para comer
algo en el barrio chino o gastarlo en camadería en el quartier francés. Y si tenía tiempo algo de eso lo gastaba
impresionando inútilmente a las de nuevo ingreso invitándolas a lugares no de
renombre pero gastando en ellas lo que pidieran, algo de compañía aunque fueran simples
ilusiones alternativas a la soledad.
El día que la conocí
fue el último día de clases, mis superiores me pidieron que subiera al edificio
más alto donde se encuentra un pequeño criadero de animales para los
experimentos de los inviernos de investigación; en ese momento mientras me
entregaban mi material estaba en plena perorata interior sobre porqué las
personas aceptan las condiciones que sean con tal de comer y tener bienestar;
el caso es que le tengo un miedo casi irracional, loco y substancial a las
alturas que viene tal vez de mis raíces terrenales o de alguna vida pasada en
la que tal vez era una tortuga o reptil que murió a manos de un águila que la
tiró desde el cielo o una vil roca caliza de un peñasco; no podía quejarme era
subir y ganarme ese dinero o no subir y ser despedido.
Finalmente sostuve
mis herramientas como todo un pípila, apreté mi valentía a mi cuerpo y subí por
esa larga escalinata tubular que me estrangulaba de miedo; a cada escalón que
subía sentía que ahí quedaría mi cadáver y nadie dentro de un mes se acordaría
del noble estudiante que subió, cayó y murió sin haber recibido un centavo y
sin familia que contactar salvo un padre distante y enérgico. Cuando pisé el
último escalón fue como dar un salto extraordinario hasta sentirme seguro. Ahí
fue cuando la vi, como una pérdida actriz de cine de 1997, frente a una caída
de 20 metros con la mirada cabizbaja y sus comisuras labiales caídas, miraba
insistentemente hacia el piso pero instintivamente su cuerpo se flexionaba
hacia atrás evitando la segura caída. Intervine tomándole por sorpresa la mano, y sin decir nada se dejó llevar.
- Pensaba si saltar…- Me dijo sin que yo le pidiera que se explicara, su acento fue todo lo que me dijo que no era de aquí.
- Si pensabas saltar, este no es el edificio más alto, si de verdad querías saltar, sólo digo.
- No lo hice por la altura.
- Bueno tampoco es el más bonito- no sé si fue mi insistencia la que la hizo reír o mis comentarios estúpidos, de todos modos seguí hablando más con ella –En todo caso usted señorita no puede saltar, no trae la ropa adecuada para hacerlo.
- ¿A qué te refieres con la ropa adecuada… y a todo esto que haces aquí arriba?
- ¿Yo? originalmente venía a limpiar el techo y las jaulas de los animales pero me di cuenta de algo.
- ¿De qué? ¿De qué venías a interrumpirme o algo por el estilo?
- No, Jaja para nada, yo vine originalmente a limpiar pero me doy cuenta que subí porque no tenía como bajarme.
- ¿Por qué no podrías bajarte?
- Para empezar, porque no debí subir y seguido de eso, porque le tengo terror a las alturas y ya no sé como bajar, y entonces me di cuenta cuando te vi…, ¡tú me venías a salvar!- Le sonreí mientras me arrodillaba sosteniendo su mano.
- ¿¡Qué yo te venía a salvar!?- dijo mientras reía – ¿Es en serio que no puedes bajar?
- Sí, pero sabes no sólo me vas a salvar, sino que también me ayudaras a superar este miedo, ¿Te digo como lo sé?
- Dime.
- Por una hermosura como la tuya podría superar hasta el miedo a la muerte, de no tener esa belleza que tienes jamás me habría acercado a la orilla a tomar tu mano.
- Suena tan tonto lo que dices.
- Tonto pero es cierto, entonces… ¿Me ayudas a bajar?
Bajamos juntos y su
semblante deprimido se perdió en una especie de sonrisa y conmiseración por mi
boba persona. Ella se despidió y pronto me di cuenta que no debí haber bajado,
no había limpiado ¡nada!; no quedó más remedio que tomar valor otra vez y subir
para terminar el trabajo.
Pasaron varios meses
y no supe de ella salvo que podía provenir de Alemania y que tenía una sonrisa
muy fácil.
Unas semanas después
acudí al Quartier francés con P’tit
Pierre, un amigo mío extranjero que solía llevarme a un bar de su preferencia y
que tenía la mala costumbre de beber hasta no recordar su nombre; en dicho
bar al que nos dirigíamos teníamos que
doblar la esquina por la calle Morelia donde vivía la tuerta Aguilar que leía
las cartas a cualquiera no importando su condición económica, una vieja
costumbre que impide que las cartas del tarot de Marsella se contaminen y
mantengan su energía o algo así; de antemano yo sabía que no servían nada
interesante en ese bar pero el ambiente siempre era extrañamente familiar e
íntimo, había de todo, trabajadoras de maquila, ruteros, ingenieros de malos
vicios, abogados corruptos y nosotros dos bohemios sin remedio que hacían de
trotamundos por los arrabales donde el licor era más barato. Estuve sentado así
viendo a todos varias horas mientras en la televisión unos niños cantaban
“Gracias a ti, a ti, a ti, gracias a ti”, y la tonada se mezclaba horriblemente
con un J'ai rien à dire de un grupo de Bordeaux; daba el último sorbo antes de despedirme de mi colega que
a estos instantes ya se veía con una facies potatorum que ninguna menta podría
disfrazar.
Iba saliendo rumbo a
mi apartamento con mi compañero caído en plena batalla contra otro comensal que
empezó unos minutos antes y que perdió tal sólo un minuto después, fue entonces
que la vi sentada en la parada del camión donde nos subiríamos. Lo que pasaría
esa noche sería tal vez una de las muchas historias que tendría que contar de
ella a parte de lo relatado al inicio, sólo sé que sus múltiples errores y
descarriladas de camino la llevarían incluso a darse cuenta de su felicidad años
después, justo cuando viajaba en un tren rumbo a visitarme y momento entonces
donde entendió al último minuto que sus equivocaciones habían contribuido a
nuestro encuentro fortuito en la azotea de posgrados y que a pesar de todo
fallecería con una sonrisa a la edad de 92 años cuando el tren donde viajaba se
descarriló y terminó con toneladas de vagón encima de su frágil cuerpo.
[CONTINUA AQUÍ---.]
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