27 de enero de 2013

Alicia precoz.


Es Enero y ahora llueve, ¡Que las gotas no arruinen la fiesta, que las gotas no arruinen la fiesta! Predeterminarme toda la tarde del Viernes de ayer y la mañana de hoy, asegurarle a mamá Lila, y madre que estaríamos seguras y sería una celebración más de cumpleaños de chiquillas de catorce años, con pastelillos, gorros llamativos y confeti de colores, inocentes. El sexo que palpita, los senos erectos, cuentos eróticos y la falsedad de Red tube en la Web, todo esto para darle el mejor cumpleaños a Elle. 

El sexo, aún siendo el siglo XXI, es un tabú para nosotras, en la escuela y en la casa, para Elle y para mi.

Aún puedo recordar la primera vez que tuve un encuentro, literal, cercano con el sexo: se trataba de Mauricio, el viejo jardinero de la casa, él me conocía desde chiquilla y siempre sentía alegría al verlo llegar, que llegará y me cargará para abrazarme, o que me llenará de besos. Fue  hace cuatro años cuándo llegué de unas vacaciones en China durante dos meses, él abrió la puerta y me abalancé hacía él, me llevó cargando desde el largo pasillo del jardín a la casa, cuando me dejo caer en el sillón, su cadera quedo de frente a mi, pude notar algo abultado entre  el pantalón  de su overol azul y viejo, luego un calor se acuñó entre mis piernas y llegó hasta la cabeza, alguien entró a la sala pero apenas lo percibí. Lo próximo que escuché es confuso, mi mamá gritando, Mauricio gritando, gritándome. Mi mano curiosa sobre su pene erecto. Madre me mando a mi cuarto, hasta el anochecer. Cuando llegó padre me dio la primera y última paliza de mi vida, mientras me gritaba: ¡Pervertida! ¡Precoz! Eres una pequeña ramera, ¿O qué? Fueron sus últimas palabras, al día siguiente estaba muy compungido conmigo pero ya no sirvió de nada porque a los dos años siguientes murió de un cáncer de próstata al que llamé Karma.

Ahora sólo llovizna y ya casi son las ocho, hora en que cité a la única invitada, con el único propósito. Hace una semana le sugerí a Elle que hiciéramos una fiesta para celebrar sus trece. Se resistió. Alicia, ya no soy una niña, mi madre no querrá que haga ninguna fiesta, no podremos invitar a Raúl, ni a sus amigos, no nos permitirán ni siquiera poner música. No te preocupes, Elle, realicémosla en mi casa. Sonrisa malévola número sesenta y nueve.

Suena el timbre, soy la única alma que está en esa casa, mi corazón palpita, mi sexo palpita. Olvidé todos los tips para calentar a una mujer, el plan trazado, ¿me le abalanzó y la beso? ¿Le hago entrar? ¿En mi cuarto? ¿La sala? ¿La bañera? El timbre insiste. Me miro en el espejo: vestido de fiesta, piernas depiladas, suaves, zapatos de charol, cabello en un chongo, olor perfecto, los pechos que sobresaltan, el gorrito de fiesta desacomodado apropósito. Abro, sonríe, sonrió, siento como la sangre sube a mi cabeza. No hay nadie, pregunta. Niego con la cabeza, levanto los hombros. Notó su expresión lúgubre, le digo que nada pasa y la invito a entrar. Luce hermosa. Estamos sentadas en la sala. Su vestido es de flores y flores que dibujan su silueta, el cabello negro y largo por sus hombros.

La última charla que tuvimos sobre sexo, escondidas en el baño del colegio, me confeso que tenía muchas ganas de saber como era, de besar unos labios, de recrear imágenes de Hasta el viento tiene miedo, el remake, aclara y luego me sonríe coqueta. La comprendí en todo, a pesar de que la vergüenza no me hizo decir nada.

Y ahora estamos aquí, solas, tomo un libro para aparentar. Me incorporo y la miro, me mira. Noto su respiración agitada. Mi mano se dirige a su pierna, la acaricio, pone su mano sobre la mía para detenerme, la retiro con suavidad y vuelvo a acariciar, está vez recorro la mano arriba y abajo. Me acerco y tomo su cara, voy a besarla y el timbre suena. En ese momento. Invité a Raúl, dice y se levanta corriendo, mientras se alisa el vestido, para abrir.







Martha C.

7 comentarios:

Póngase su traje y tanque de oxígeno, sea bienvenido a La Luna.

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