Mate hombres por tan solo escuchar la voz,
caminé; mirando siempre al suelo
fui un relámpago y un incendio
tan solo para servirle.
Dude de las palabras de mi Señor,
temí por las lágrimas derramadas,
fui un niño jugando con sus manos
haciendo sombras.
El único que apremia cuando se vence
es quien fue liberado del peso de la búsqueda
de la misma victoria.
Vi demonios ante mi puerta,
escuche fantasmas persiguiéndome,
hui hacia el norte para terminar abrazado
de lo olvidado.
Enferme al séptimo día al ritmo de la quimera,
de alguna forma
me cure para volver a enfermarme.
Alguna vez pude partir el aire con una navaja,
alguna otra pude estar con la frente en alto,
le mire a los ojos, y estaba allí,
tan despreciable.
Su Majestad, quizás de las tierras bajas,
con su reino de polvo
y sus murallas rotas.
Si, quizás perdí
pero volvería a hacerlo
con tal de mirarle.
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