14 de febrero de 2015
Día uno
”Eres un rey, así que imagino un gran algarabío alrededor de la Torre de la Medianoche. Todos celebrando tu nacimiento, sonrisas, música, vino y una fiesta que duró años como esas que sueles describirme. Tus padres llenos de dicha por la llegada del primer varón y heredero de la corte élfica. Tus hermanas viéndote con curiosidad preguntando si podían sostenerte mientras tu abuela trataba de contener a las chiquillas”.
Así imagino que fué Erendhel.
El elfo le sonrió, y asintió con la cabeza. Le gustaba oír lo que imaginaba sobre los elfos esta chica humana con la que se había encariñado ya hace algún tiempo.
Es tarde. – dijo él – En otra ocasión vendré a contarte otra historia.
Se despidió con un beso. Se puso su capa de plumas negras, misma que le ha dado por siglos el apodo de “Erendhel Capucha Negra”, intercambiaron sonrisas una última vez y él se lanzó por la ventana. La capa se convirtió en alas negras y alzó el vuelo.
Te esperaré con ansia – gritó ella desde la ventana.
Comenzó a llover. Se expresión cambió a por un triste, ésta era más habitual en él.
Descendió en una azotea, y se dejó mojar por la lluvia. Cerró sus ojos y alzó la cara para sentir la lluvia en el rostro; “sonrisas y fiesta” susurro para sí mismo.
La lluvia cesó casi al amanecer. El elfo permaneció inmóvil todo ese tiempo, finalmente reaccionó y vio a su alrededor: la ciudad comenzaba a despertar y no quería ser visto. Sacó su chuchillo y pinchó su dedo, buscó un punto seco y con su dedo comenzó a trazar una serie de círculos concéntricos. Mientras trazaba murmuraba un cántico en élfico antiguo, al terminar su trazos emanaron un brillo convirtiéndose en un portal hacia su reino.
Atravesó el portal hacia ése, su mundo oscuro como noche de otoño donde solo brilla una estrella: El Reino Onírico. Frente a él, se yergue el árbol de su vida, con incontables esferas flotando alrededor de su copa, estas son su sueños y recuerdos, esperando a ser visitados una y otra vez.
El elfo cogió una esfera, casi a ras del piso. Ésta en particular era opaca, pesada, áspera al tacto; la alzó y dio un soplido en ella, los recuerdos vinieron a el:
Era un día gris y lluvioso de otoño. El agua se filtraba y formaba pequeños charcos en la habitación. Había solo dos mujeres elfas; la matrona quien daba a luz. El bebé venía en mala posición y hubo que cortarla para poder sacar a la criatura.
Por fortuna no hubo más complicación, la madre y su hijo estaban bien pero la sangre atrajo varias hadas que se revoloteaban alrededor tratando de lamer la sangre del piso y las sábanas. La matrona trataba de apartarlas con un cojín. Acertó en un golpe en una, no causó daño pero fue suficiente para espantarlas. Aseguró la puerta y dio un suspiro, enseguida volteó con su paciente.
¡Listo señora!
La madre tenía la mirada fija en el bebé Era extraño, pero el bebé no lloraba, después de unos instantes ella rompió en un llanto mudo. La matrona la miraba en silencio. A decir verdad nadie celebra la llegada de un inmortal. Pocos entienden el peso de una vida que dura milenios y que pocos pueden soportar. Una vida solitaria en la que enterrará a todos los que conozca, y solo serán breves instantes.
El padre no estaba presente para nombrarlo, así que recayó en la madre hacerlo. Había una ventana que daba al norte, distinguió una estrella, la que ahora sería la estrella de su nombre.
Erendhel – dijo la madre entre sollozos.
El elfo dejó de mirar en la esfera. Hizo una mueca y la dejó flotando. Trepó al árbol, hasta alcanzar una rama donde tenía un tejido de hojas y telaraña. Ahí se echó y se dejó arrullar por el sonido del vaivén de las hojas.
Por: Maese Sasha
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