Como todo, el tiempo pasó, la nostalgia se acumuló, mi peso aumentó, mi pelo cayó, mi vista disminuyó, pero los recuerdos y el juramento estaban intactos, "volveré a París".
Me motivaba volver: quedarme a vivir como los escritores que tanto admiro, escuchar jazz en los pequeños bares del Barrio Latino, tomar café en Saint Germain, respirar "la boheme" en Montmartre, escuchar las campanas de Notre Dame, ver el atardecer en el Pont des Arts, caminar por Champs Élysées... Pensar en ella, en su recuerdo, en sus ojos cafés, su cabello castaño y su piel clara, viendo las revueltas aguas del Sena desde el Pont de l'Alma. Ahí estaba ella, letra sobre piedra, por y para siempre.
Un buen día, un compañero de la facultad, sabedor de mi debilidad parisina, me envió un enlace, "¿así se ve?" Rezaba el archivo. Era una vista de 360 grados, en movimiento, tomada desde el último nivel de la Torre Eiffel. Ahí estaba el cielo azul, las nubes, los "arrondisement", los árboles, el río.
Pero fueron unas notas musicales las que llamaron mi atención.
Era la típica tonada francesa, interpretada por un hombre, desconocido para mi, pero cuyas palabras principales sacudieron mi existencia: "Sous le ciel de Paris s'envole une chanson, mmm mmm...". Repetí el video una, dos, cincuenta veces, buscando el nombre de la canción, sin encontrarlo. Puse mi computadora de cabeza hasta encontrar el título del tema, que a estas alturas, ya era obvio,
"SOUS LE CIEL DE PARIS". (Bajo el cielo de París)
El intérprete era Yves Montand, quien fuera descubierto por Edith Piaf, la más grande leyenda musical de Francia. De hecho, la canción fue interpretada por Piaf, pero recorrió el mundo con la versión de Montand, mas alegre, mas viva, mas parisina (si cabe).
Al igual que rezaba la letra, yo nacía cada que escuchaba su tono, creía que bajo su manto caminaban los enamorados, suspiraba con el himno que había el pueblo a su vieja ciudad, yo quería ver el Pont de Bercy, la Ile Saint Louis, ver filósofos, estar en el corazón de la ciudad. ¡Esa canción había sido escrita para mi!. Cerraba los ojos, la escuchaba, la tarareaba, comencé a descifrar el francés para disfrutarla mas, caminaba por las intrincadas calles de la capital francesa. Mi juramento recobró la fuerza años, que lo habían empolvado.
Fue tanta la fascinación causada, que decía a mis amigos "el día que vuelva a París, lo primero que haré, será buscar un acordeonista y pedirle que me acompañe, caminando, sin importar la lluvia (¿que es París sin lluvia?) y que toque mi canción una y otra vez".
De pronto, el día llegó. Regresé a mi Ville Lumière amada y añorada ocho años después, igual, un mes de mayo. Diez días de recrear lo imaginado, tantos libros, tanta música, tantas películas, tantas risas, tantos kilometros de caminata ahí estaban. Pero no había acordeonistas, no hubo quien interpretara la pieza tan largamente esperada.
Así como llegué, tenía que regresar, temía el día 30, el sueño acababa y A pesar de lo vivido, de los museos, las tumbas, la comida, el arte, la historia, mi corazón tenía un hueco. Era el último día y nada.
Me embarque en un paseo por el Sena, sentado en una mesa, reflexionando sobre mi futuro y con una copa de vino, cerré los ojos. Escuché un micrófono fue abierto, una chica comenzó a cantar clásicos del rico catálogo francés, como "La vie en rose", "Champs Élysées", "Hier Encore" , cuando de repente y a la altura de la Biblioteca Nacional François Miterrand, la tonada, mi tonada, escapó de sus cuerdas vocales... El cielo azul, las nubes, la gente, el,lugar mas bello que tanto había soñado, estaba ante mi, postrado, como libro abierto esperando que escribiera en sus páginas.
Lloré.
Lloré de felicidad, de tristeza, por mi libertad. Mi vida cerraba un circulo abierto a hacía Ocho años, me limpiaba y me dejaba listo para nuevos horizontes.
Tenía que volver, ella sin saberlo, me esperaba. Yo regresaba por ella. Mi canción me había enseñado la verdad. No importaba que fuera el último día de mayo.
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